El proyecto “Membrana Metropolitana” se desarrolla desde los argumentos del urbanismo próximo y ofrece 3 principios conceptuales para pensar la ciudad en el siglo XXI: la ciudad abierta, la ciudad injertada, la ciudad simbiótica. Esta propuesta incorpora los actuales fenómenos urbanos en las ciudades latinoamericanas así como la manera en que las preexistencias urbanas pueden aprovecharse en la consolidación de estrategias flexibles que posibiliten otros futuros. La exploración de un urbanismo flexible implica ir más allá de las herramientas de planificación y gestión usadas a lo largo del siglo XX (zonificaciones, ordenamiento territorial, diseño urbano) e implican actualizar la ciudad por medio de estrategias multicapa que dinamicen y aseguren la mixticidad social y económica. El urbanismo flexible debe permitir el aprovechamiento de nuevas infraestructuras y sistemas que operan paralelamente en escalas barriales, urbanas y metropolitanas, promoviendo así formas alternativas de gestión y administración, relaciones público privadas, con impacto local y global.

Desde esta mirada, el desarrollo de un modelo de transformación urbana obliga entender el proyecto no como una propuesta rígida y definitoria de las funciones y formas urbanas o arquitectónicas que lo componen sino, al contrario, desde el injerto de posibilidades alternativas de futuros urbanos y sus sociedades, la composición verdaderamente democrática del disenso y la fricción sobre el destino individual y colectivo en la ciudad, el devenir (humano, no-humano y más-que-humano) de las ciudades y, por ende, las dinámicas de proximidad, cuidado y mantenimiento que requieren.

Así, en oposición al proyecto urbano que estandariza y configura metro a metro, desde la escala representada del espacio, su posibilidad o declive, esta exploración sugiere escenarios de apertura, ubicados a lo largo de un corredor urbano que se re-configura como membrana (esto es, que se expande tridimensionalmente por la ciudad) sugiriendo transformaciones que flexibilicen y abran a la ciudad misma a otras/nuevas maneras de ser habitada.

3 principios para pensar la ciudad desde el urbanismo próximo

Para el sociólogo Richard Sennett toda ciudad contemporánea debería, hoy en día, asumir tres rasgos principales: ser una ciudad defectuosa, modesta y abierta (Sennett, 2018). Con estas ideas, se refiere, de manera contraintuitiva a un escenario opuesto al que, en apariencia, todas las personas aseguran desear y que es cómo diseñan y construyen arquitectos y desarrolladores:

“Las ciudades en las que todas y todos desean vivir deberían ser limpias, seguras, poseedoras de suficientes y eficientes servicios públicos, dinamizadoras de economías activas, cargadas de estimulaciones culturales y además representar de manera directa la posibilidad de curación de las divisiones sociales, de raza, de etnicidad y de clase” (2006).

Pero como él mismo señala, estas ciudades no son en las que vivimos y, muy a  pesar de los proyectos en que se invierten recursos económicos e intelectuales, no son las ciudades que se reproducen permanentemente desde la arquitectura y la planeación urbana.

Las ciudades contemporáneas, entonces, fallan en doble sentido: lo hacen al ofrecer un discurso de higienismo, seguridad y tranquilidad que reproduce de manera acelerada los mismos fenómenos que busca repeler. Y falla al no ser capaz de revertir los fenómenos sociales que permitirían asumir otros retos proyectuales para hacer de sus espacios, edificios y lugares, escenarios de transformación social enfocados en principios, aunque en apariencia más ambiguos, con mayor potencial de recuperación para los espacios de lo común y lo colectivo, espacios que lograrían quizás reproducir ciudades abiertas, más tranquilas y vibrantes.

Dos razones podrían levantarse para evidenciar esta falla: la primera, retomando una vez más a Sennett (2006) es el sobredeterminismo que ha favorecido en el rol del arquitecto, planeador y/o diseñador un delirio de control sobre la vida social de los espacios, que se ejerce de manera clara en el plan maestro, en el proyecto y en las imágenes que se reproducen del proyecto representando el tipo de vida y a la vez congelando la capacidad imaginativa con la que una sociedad puede pensar el futuro. La segunda razón corresponde a la falta de articulación que los sectores públicos, privados y ciudadanos tienen a la hora de entender la ciudad, sus dinámicas y presiones, así como sus destinos posibles en el mediano y largo plazo, una generalización de la desidia del diseño sobre el interés público, en ello se refiere a la falta de interés por el diseño de aquello que nos es común, las estructuras básicas de la vida en las ciudades, los escenarios públicos de interacción, las dinámicas efímeras o impermanentes que dan sustento a nuestras actividades cotidianas, los proyectos que aunque en espacio y escala limitados pueden asumir la carga de unas ciudades cada vez más extensas y más pobladas.

Considerando que el urbanismo próximo refiere a lo que viene cercano en el panorama temporal de futuro y a su vez a la proxemia que como sociedad necesitamos para enfrentar ese panorama de futuro, ¿desde dónde pensar entonces la urgencia de un proyecto desarrollado bajo el criterio del urbanismo próximo?

Considerando las dos acepciones posibles, un proyecto urbano desarrollado desde el urbanismo próximo – deberá considerar la infraestructura no cómo un escenario meramente dedicado a los servicios y operaciones logísticas y pragmáticas necesarias para su funcionamiento, sino como un espacio de discusión en el que las versiones de sociedad y las dinámicas urbanas estén todo el tiempo en circulación y regeneración. Quizás el proyecto actual debe asumir una nueva forma de arquitectura agonística que asuma que los espacios no están dados, que la ciudad aún guarda claves para su propia redefinición y que la vida puede aún vivirse de maneras diversas y totalmente diferentes a la actual cotidianidad. Keneth Frampton (2013) comenta que “la arquitectura no puede actuar políticamente…” pero desde su propia cualidad material y expresiva “se opone categóricamente a la espectacularidad estilística y hegemónica de la cosmovisión neoliberal, es decir, al esteticismo falsamente sensacionalista y superficial de nuestro tiempo” retomando entonces “el mandato consagrado de organizar y orquestar el espacio de la apariencia pública de una manera culturalmente significativa”. Es en esta última frase, donde Frampton retoma a Mouffe como referencia indiscutible de lo político en la arquitectura al reconocer que en toda esfera hay algo potencialmente democratizante, pero sobre todo agonal. Cifrado en palabras de Mouffe (2007, pg. 57) “el antagonismo es una lucha entre amigo y enemigo, el agonismo es una distinción nosotros-ellos concebidos como adversarios. Existe una confrontación real entre adversarios, pero, aún así hay también un espacio simbólico que es común mientras que en una relación antagonista no hay ningún espacio simbólico común”. Recuperando así que la arquitectura agonística sea ese escenario de discusión donde lo que está en juego es el espacio común del habitar, de la ciudad y la sociedad, de lo que se puede lograr con sus herramientas y dinámicas disciplinares.

De tal modo que, más allá de las formas prismáticas que indudablemente todo proyecto tendrá que erigir para su funcionamiento dentro de la concepción del espacio urbano y los entornos construidos, toda propuesta, independiente de su escala, puede proveer estímulos culturales así como presentar su posibilidad de ser transformadora del entorno que habita; lo anterior sugiere entonces una relación dialéctica del proyecto con la sociedad y es que así como el entorno puede generar afectaciones a la cultura, la sociedad puede promover transformaciones espaciales, nuevas aproximaciones al lugar, nuevos espacios, usos y funciones. Así pues, pensar un proyecto desde el urbanismo próximo debería poder establecer las condiciones simbólicas para existir en el entorno más allá del mero proyecto arquitectónico; volviendo a lo agonístico como referencia el urbanismo próximo se presenta como un nuevo sistema multidisciplinario desde el cuál reflexionar, esbozar, plantear, planear y diseñar el espacio simbólico común que las sociedades necesitan para los procesos de sentido del mundo futuro.

Tales condiciones dependen también de la posibilidad que las aproximaciones e inquietudes elaboradas desde el diseño permitan transformar no sólo los lugares y la ciudad, sino a las personas y los procesos de comunicación entre los distintos miembros de la sociedad, actualizando los conceptos con los que se entiende la ciudad y dinamizando el imaginario hacia otros/nuevos futuros posibles.

Algunos indicadores para entender estas condiciones, y afrontar algunas fallas de las ciudades contemporáneas pueden encontrarse en que la idea de espacio que deberíamos favorecer es el de “el espacio tropical” que es poroso y permite entonces que el espacio sea verdaderamente transparente y, por ende, a pesar de que sea privado, es más generoso. Diría Camilo Restrepo (2022): “quizás, hemos perdido el contacto con esas narrativas que generaban arquitecturas que se conectan con la ciudad y el territorio de manera vinculante y por ende el modelo prismático-espacial actual es el de encerrar y no el de hacer poroso, pero asumir la postura tropical-porosa incluso desde lo privado construye lo público”. A continuación enlistamos 3 principios para pensar las ciudades y las posibilidades del proyecto desde el urbanismo próximo:

 

Pensar en la Ciudad Abierta


Richard Sennett (2006) acuñó el concepto de ciudad abierta, aunque según lo que él mismo especifica, no es una idea propia, sino una propuesta de Jane Jacobs, específicamente en contra de la visión urbana de Le Corbusier. Antes de entrar en la definición de ciudad abierta, sería importante definir el término opuesto, el de ciudad cerrada, la cual frecuentemente ha sido sobredeterminada, tanto en sus formas visuales, como en cuanto a sus funciones sociales, y utiliza tecnologías, no para hacer posible la experimentación, sino para subordinarlas a un régimen de poder que quiere el orden y el control (ibid). Según el mismo Sennett, las ciudades cerradas se caracterizan por haber sustituido la vida diversa de la calle por centros comerciales monofuncionales, comunidades cerradas y zonas específicas para cada uso (comercial, residencial, educativo, etc.), basándose en normas y reglamentos que han impedido la innovación y el crecimiento local, congelando la ciudad en el tiempo.

Este exceso de especificación de forma y función tiene como consecuencia que las ciudades hoy en día sean peculiarmente susceptibles a la decadencia y descuido. La ciudad abierta, en oposición, es entonces una propuesta basada en el fortalecimiento de la densidad y la diversidad urbana, mezcla a partir de la cual pueden surgir aspectos positivos de una vida urbana como la innovación, los encuentros inesperados y el descubrimiento fortuito. Para llevar a cabo una propuesta de ciudad abierta, esta debe entenderse como proceso y no como un producto final, en el que sea posible distintos usos en el tiempo. Para Sennett existen tres elementos principales necesarios para una ciudad abierta:

  1. Bordes ambiguos

En este primer punto es importante diferenciar entre una frontera -muro-, donde las cosas terminan, y un borde -membrana-, un lugar donde la diferencia existe e interactúa. Según Sennett, las fronteras son límites rígidos, carentes de toda porosidad y dominan la ciudad moderna, pues esta ha sido segregada por funciones y grandes avenidas. Esta condición ha traído como consecuencia que el intercambio entre las diferentes comunidades raciales, étnicas o de clase disminuya.

Ante esta circunstancia, la visión de ciudad abierta sugiere que cada vez que se construye una barrera, esta debe ser porosa y que, por lo tanto, la distinción entre el adentro y el afuera sea franqueable o, de preferencia, ambigua.

  1. Formas incompletas

Para lograr una ciudad incompleta, la forma y la función deben estar ligeramente o totalmente desconectadas. Esto podría parecer contraintuitivo e ir en oposición a lo que cualquier escuela de arquitectura privilegia, sin embargo, el razonamiento detrás de esta premisa es que si la forma de un edificio o de la ciudad ha sido determinada de acuerdo con su función y esta función cambia a lo largo del tiempo, la forma sólo podrá adaptarse si no está sobredeterminada.

Según Sennett, el reto de la forma incompleta está en la manera en que se utilizan las nuevas tecnologías para que la construcción sea aún más sencilla y, sobre todo, flexible en su funcionamiento: “una vez que rompamos el dominio de la función sobre la forma, una vez que los edificios estén menos ajustados a su propósito, podrán convertirse en estructuras vivas y evolutivas” (Sennett, 2006).

  1. Narrativas no resuelta

La arquitectura y el urbanismo tradicional se basan en la premisa de querer prever desde el principio la manera en que la gente utilizará un espacio, generando entornos rígidos en la forma y estáticos en programa, lo cual condena a la ciudad a la obsolescencia. Por el contrario, para Sennett, la planeación de la ciudad abierta debe adoptar formas no lineales en sus resultados, cuyo crecimiento o evolución admita el conflicto y la disonancia.

Pensar en la Ciudad Injertada


En el libro A city is not a computer (2021), Shannon Mattern aboga por la idea de injertar una ciudad como una forma de producción creativa y de creación de conocimiento a escala urbana. Para Mattern, el término injerto, que deriva del griego graphein o stylus, es útil para entender y pensar la ciudad, ya que esta también está injertada: “es un palimpsesto políglota de códigos, escrituras y planos”.

El problema hoy en día es que el diseño y planeación de las ciudades se lleva a cabo eliminando todo precedente que llegue a ser incómodo o inconveniente para una visión particular de ciudad; en sus palabras, y siguiendo la metáfora del injerto, si el escenario es demasiado pequeño, el organismo será susceptible a los patógenos del suelo. De este mismo modo, cuando desarrolladores y tomadores de decisión eliminan los cimientos de la ciudad, en búsqueda de la tabula rasa, se pierde su experiencia y los conocimientos locales y comunitarios.

Las ideas de Mattern toman argumentos de la teoría de Christopher Alexander del texto “La ciudad no es un árbol” (2020). Dicha teoría distingue entre dos estructuras urbanas: la del semirretículo, una ciudad orgánica y con un tejido complejo que se ha desarrollado de forma espontánea a lo largo de muchos años; y la del árbol, caracterizada por su simplicidad estructural y una mínima superposición entre unidades distintas, resultando en zonas con funciones especiales. En este caso, cuando pensamos en términos de árbol, estamos cambiando la riqueza de la ciudad por una simplicidad conceptual que solo beneficia a diseñadores, planificadores, administradores y promotores (Alexander, 2020).

Si pensar la ciudad como un árbol conlleva a operaciones en las que los desarrolladores aspiran a diseñar ciudades enteras en terrenos periféricos postindustriales o no urbanizados, generando así una división innegociable entre la ciudad actual (o anterior) y la ciudad nueva; pensar la ciudad injerto es entender que  puede producirse mediante intervenciones modestas y conscientes, con proyectos incrementales, puntuales y distribuidos en terrenos urbanos existentes favoreciendo así su resiliencia y adaptación a posibilidades futuras.

 

Pensar en la Ciudad Simbiótica

En el libro The Science of the Artificial (1969) Herbert Alexander Simon establecía que “un bosque puede ser un fenómeno de la naturaleza; una granja ciertamente no lo es. Esta tipología específica sobre la cual depende nuestra alimentación, todo nuestro maíz y el ganado, son artefactos de nuestro ingenio. Un campo arado no es más parte de la naturaleza que una calle asfaltada y no menos”. En estas palabras, una imagen es confirmada: la ciudad y todo lo que el hombre ha creado a su alrededor establecen escenográficamente las pautas innegables del antropoceno y la manera en que todo el planeta es ahora visto desde este escenario. Pero a su vez, esta máxima puede ser entendida desde dos lecturas: la primera, aquella que sugiere que es el ingenio humano el que ha permitido demostrar la superioridad inventiva de imaginación por sobre la naturaleza, o, que nuestro ingenio humano está contenido en las formas en que la naturaleza se piensa a sí misma. Esta segunda lectura sugiere que hacemos (nosotros los seres humanos y nuestras ciudades) parte de un sistema natural y de imaginación poderosa con la que el planeta consolida su propia inteligencia (no en vano el dato anecdótico de que las palabras urbanística y ecología fueron acuñadas por los mismos años).

Podemos entender, entonces, la historia como dos versiones, una desde el pensamiento de lo humano que elabora a partir de su propia inteligencia e ingenio una capacidad absoluta de pensar su lugar y las soluciones a los problemas que el avance del tiempo le han implicado; desde este pensamiento, la inteligencia es considerada una capacidad factual que además nos separa de todos los demás seres del planeta que habitamos y por ende nos pone -a los humanos y nuestras invenciones y tecnologías- al centro y arriba de la experiencia directa sobre el mundo. Contrario a esto, nos propone el escritor y artista James Bridle en su libro Ways of Being (2022) que la misma agencia que tenemos como seres humanos, en conjunto con nuestras invenciones y tecnología, pero a la vez en conjunto con las invenciones y tecnologías planetarias, la capacidad de imaginarnos, no como seres excepcionales, sino como miembros de un mundo “más-que-humano”.

En esta línea de pensamiento existe un plano de reconocimiento y nueva realización sobre cuál es nuestro lugar dentro del mundo, en la medida que se comprenda que no hay una separación sujeto-objeto sino un escenario de interacciones entre múltiples sujetos. Y en este plano, sin lo otro no podemos existir, ya que lo otro es vida, es alimento, es aire, es ciclo, “todas las cosas son realmente todx” (Bridle, 2022). Todx en el mundo tiene agencia; todx tiene ya su propia vida y por ende su implicación en un mundo más-que-humano. Continúa Bridle (2022), “dado que los seres humanos y las cosas que hacemos están inextricablemente unidos al mundo más que humano, y dado que repensar nuestra relación con ese mundo exige que reconozcamos su existencia y agencia, debemos pensar un poco en la forma que podría adoptar esa relación. Parte de esa relación es simplemente el cuidado”. Estas reflexiones hacen eco con las preguntas más actuales alrededor de para qué la arquitectura y ¿a quién sirve? (Baraona, 2022) o la versión dulce del urbanismo contemporáneo representado en la Ciudad de los Cuidados (Chinchilla, 2020). Pensarnos desde la inteligencia planetaria, implica establecer unas nuevas dinámicas de cuidado, “una ecología política queer” (Baraona, 2022) que desde la complejidad “desafíe toda posible categorización” y nos relaciones con el todx en la colaboración recíproca necesaria para devenir.

Pensar la ciudad simbiótica, como principio del urbanismo del siglo XXI, implica el shock temprano de que nuestra conciencia de lo-humano testifica que pensamos dentro de la naturaleza y que nuestra realidad no está separada de ello. Hablar de lo urbano como condición única de lo humano, suele devolvernos a la separación de nuestro hábitat como un lugar privativo de nuestra especie. Es momento de repensar el futuro de las ciudades, dentro del futuro planetario y como parte de este. Cuando hablamos de los “futuros fantásticos” previstos de alta tecnología, solemos hablar de una nueva o próxima naturaleza, de una utopía de la computación que aleja y suplanta el terreno real del que venimos y en el que todavía estamos. Es hora de dejar de lado ese solipsismo adolescente, tanto por nuestro bien como por el del mundo más-que-humano. Sólo existe la naturaleza, en todo su eterno florecimiento, que crea microprocesadores y centros de datos y satélites al igual que produjo océanos, árboles, urracas, petróleo y a nosotros. La naturaleza es la propia imaginación” (Bridle, 2022). Pensar la Ciudad Simbiótica no implica re-imaginar nuestro lugar en la tierra sino imaginar de nuevo, nuestro lugar y nuestras ciudades con la naturaleza como co-conspiradora, camarada y guía.

 

Proyecto (ó Modelo exploratorio)
Membrana Metropolitana: Estrategias urbanas y ecosistémicas para injertar posibilidades de una ciudad abierta


Desde los principios anteriores (Ciudad Abierta, Ciudad Injerto, Ciudad Simbiótica) es posible establecer entonces que las transformaciones urbanas del siglo XXI deberán estar desplegadas por medio de estrategias multiescalares y multicapa desde las cuales injertar nuevas posibilidades para la ciudad aprovechando su forma existente, su estructura histórica y actual, así como los diferentes niveles de gestión con los que se cuenta a nivel barrial, municipal y metropolitano. Un reto se hace evidente en lo inmediato: ¿se puede transformar una ciudad sin destruir, sin construir, sólo abriendo programas y flexibilizando herramientas ya existentes?

Este modelo se apega a los principios de adaptación y resiliencia, haciendo eco de las filosofía de adecuación y cuidado contenidas en la frase de Anne Lacaton “nunca demoler. Nunca sustraer, remover o reemplazar. Siempre agregar, transformar y utilizar para y con los habitantes” (2022). Así, la integración de una súper membrana o Membrana Metropolitana como escenario de transformación urbana, asume como medio de transformación la capacidad de catalizar la presión urbana y la calidad de un espacio, como escenario intemporal que aumenta la flexibilidad general del entorno para que este sea usado y aprovechado por distintos usuarios en distintos momentos (Ocampo, 2022) dando forma, uso y valor a la ciudad, oponiéndose así también al determinismo espacial y a la rigidez con la que normalmente se planea y se diseña. En lugar de entenderse el modelo, como un caso clásico de urbanismo a través de coronas y anillos zonificados, la membrana debe ser entendida a la vez como una envolvente y una transversalidad, un escenario abierto que recibe toda la presión urbana a la vez que permea los beneficios y dinamiza la ciudad.

Una Membrana Metropolitana Transversal y Envolvente implica la recomposición de escenarios ya existentes, para fortalecer su función de resiliencia y adaptación hacia adentro de la zona más constituida de la ciudad, pero a su vez para liderar las posibilidades de consolidación de las zonas suburbanas que toca y conecta. De esta manera se puede entender al Membrana Metropolitana como una suerte de tegumento que formula para su funcionamiento no sólo una consolidación de desarrollo urbano a través de un eje principal sino que se componen de la generación de múltiples centros de atracción a lo largo del corredor aprovechando la potencialidad de terrenos ociosos como estacionamientos, baldíos, entre otros, priorizando la existencia de espacios comunes y escenarios públicos, cargados de servicios y formas compartidas de representación de lo colectivo, lo estatal y lo ciudadano. Lo anterior requiere que la generación de un proyecto se produzca desde aproximaciones multidisciplinarias que para poder lograr sus estrategias multicapa, multinivel y multigestión, requiera de la implementación estratégica de Aparcerías Público Privadas, el dinamismo público, la participación profesional y el interés colectivo no solo para la creación y construcción del proyecto, sino también en el mantenimiento de los diferentes escenarios, lugares y proceso en concordancia a su escala y nivel de importancia. Lo anterior conlleva, como en los ejemplos del “Flux” de Raúl Mehrotra (2016, The limits of urban design) “aplanar las jerarquías” de todo proyecto urbano, argumentando que “el futuro de las ciudades depende menos de la reordenación de los edificios y la infraestructura y más de la capacidad de imaginar abiertamente paisajes más maleables […] A partir de los cuales aprender a avanzar hacia un urbanismo que reconozca y maneje mejor la naturaleza temporal y elástica de los entornos construidos contemporáneos y emergentes con estrategias más eficaces para gestionar el cambio como elemento esencial del entorno urbano”.

Estos espacios de la ciudad proveen un permanente escenario de tensión que discurre entre los modelos de bottom up y top down propiciando la convivencia, democracia y horizontalidad. La membrana, es una representación de la arquitectura agonística trasladada a la escala urbana-metropolitana, en donde lo que está en operación es el campo simbólico desde el cuál se injertan las posibilidades sociales, políticas, económicas y culturales de ciudad futura, más allá de la formalidad específica de los objetos arquitectónicos que consoliden el plan maestro de la zona a intervenir. Es la función simbólica la que asegura que se está diseñando desde los principios de ciudad del urbanismo próximo: lo abierto, lo injertado, lo simbiótico.

Es por esto que más allá de la capacidad institucional de transformar lo formal, la Membrana Metropolitana propone la co-creación de nuevos espacios urbanos que puedan ser injertos de futuros posibles y transformaciones desde el interior de la ciudad, acompañados de nuevas/otras formas de interconectar, re-densificar y re-naturalizar las ciudades. Es decir, asumir en la membrana un gran espacio transversal y envolvente de la dinámica urbana que permita probar los principios enunciados más arriba (lo abierto, lo injertado, lo simbiótico).

En una reducción silogística:

Cambiar la ciudad cambiando la forma.
Cambiar la forma cambiando las tipologías.
Cambiar las tipologías cambiando las reglas.

De modo que la Membrana Metropolitana opera de manera multifactorial: una consolidación de la infraestructura vial y urbana en un intento por establecer nuevamente una estructura clara para los habitantes, pero a su vez entrega nuevos espacios programáticos y tipológicos, produciendo así una zona porosa de la ciudad que funcione como membrana dinamizadora de la vida de los habitantes de la ciudad, aumentando la oferta de servicios públicos y privados, y concentrando las interacciones de valor, los encuentros fortuitos, la reconección con lo comunitario y lo agónico que es la experiencia colectiva de vivir en la ciudad.

Parafraseando a Richard Sennet (2006), los bordes de una comunidad suelen ser entendidos como los límites externos de la actividad cívica y por esta razón suele ser que las prácticas arquitectónicas y urbanísticas sellan estos espacios (o los marcan) por medio de proyectos rígidos como autopistas o barreras, cuando no, se concentran en el centro de una comunidad imaginando que todas las personas de manera inequívoca participa de manera igualitaria en infraestructuras que llamamos centros comunitarios; estas dos versiones de imaginación tecnocrática, planeación y diseño reproducen ciudades llenas de límites, poco porosas y rígidas. La práctica urbana y arquitectónica suele ser negligente de la condición del margen o la frontera (en inglés el autor nos pide diferenciar entre border y edge) en donde la condición de lo marginal y el pensamiento de lo marginal sugiere una riqueza en el intercambio desde lo que no es central y aún así pertenece a toda la comunidad. El pensamiento de lo marginal favorece las dinámicas colectivas de reconocimiento e intercambio racial, étnico y aún de clase al no privilegiar las relaciones que cada sujeto mantiene con su centro, siendo este un aspecto fundamental para debilitar la rigidez con la que las personas y las sociedades asumen su rol, papel y actuación frente a los demás.

La Membrana Metropolitana Transversal y Envolvente propone desde las formas pre-existentes en la ciudad operar como una zona de intercambio a través y a lo largo de diferentes espacios de la ciudad, haciendo del espacio en disputa y la presión urbana de servicios, ofertas y mixticidad social, un claro escenario marginal-interno de intercambio social, económico y cultural.

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